[ Pobierz całość w formacie PDF ]
.Pregun-taos por qué motivo la peste ha llegado a vosotros, si es que ha arribado.Sin duda sabéis quelos puros de corazón están a salvo de las manifestaciones del malvado. Sonaron murmullosde inquietud.Planteaos a qué se debe que yo viaje sin temor.Preguntaos cómo es posibleque un modesto clérigo haya superado durante tantos años los ataques del infierno. Aun-que potente, su tono resultó convincentemente reconfortante.Años atrás el santo que erami tutor elaboró un bebedizo contra toda clase de agresiones demoníacas: visiones perversas,súcubos e íncubos, enfermedades y venenos de la mente.Se trata de un destilado de veinti-cuatro hierbas, sal y agua bendita, que debe ser bendecido por doce obispos y aplicado encantidades infinitesimales. Hizo una pausa para estudiar el efecto que sus palabras habíancausado.Hace diez años que este elixir me libra de todo mal.No conozco otro sitio dondehoy sea más necesario que en Épinal.Tendría que haber sabido que LeMerle no se daría por satisfecho.Me pregunté por quéhacía esas cosas.¿Era por venganza, porque desdeñaba la credulidad de los presentes, o porsentir la gloria de la santidad prestada? ¿Se debía a la posibilidad de obtener beneficios o sólose trataba de ganar la partida? Lo miré con el ceño fruncido desde el fondo de la sala, pero élhabía recuperado ya la plenitud de su voz y no había modo de frenarlo.Cuando vio mimirada de advertencia se limitó a sonreír.Explicó a los presentes que había un problema.Aunque de buena gana habría entregadogratuitamente el bebedizo, lo cierto es que sólo disponía de un frasco.Podía preparar más,pero las hierbas eran raras y difíciles de encontrar y la bendición de los doce obispos loconvertía en tarea imposible de realizar en poco tiempo.Por lo tanto, por mucho que le mo-44 JOANNE HARRIS La Abadía de los Acróbataslestase se veía obligado a aceptar una modesta suma de parte de cada habitante de Épinal.Así, cuando cada buen lugareño le proporcionara una botella pequeña de agua o de vino, conla ayuda de un cuentagotas prepararía una mezcla más diluida.Las ganancias fueron elevadas.Con sus botellas y sus frascos, los lugareños hicieron colaen la calle hasta mucho después del anochecer y LeMerle los saludó individualmente consolemne cortesía al tiempo que, con ayuda de una varilla de cristal, medía las gotas delíquido transparente.Le pagaron con dinero y en especias: un pato gordo, una botella devino, un puñado de monedas.Algunos bebieron la mezcla inmediatamente, por temor acontraer la peste.Muchos regresaron en busca de otra dosis, pues sintieron una mejoríainmediata y milagrosa de su salud, si bien LeMerle tuvo la generosidad de hacerlos esperarhasta que todos hubieran pagado su parte antes de cobrar por segunda vez.Me harté de ver cómo se pavoneaba.Busqué a los compañeros de fatigas y los ayudé apreparar el campamento.Me contrarió saber que durante el día habían saqueado los carro-matos y habían dispersado por la plaza del mercado nuestras pertenencias rasgadas yembarradas, pero llegué a la conclusión de que podría haber sido mucho peor.Tenía pocascosas de valor y la pérdida más seria fue el cofre con hierbas y medicinas; las únicas perte-nencias que valoraba realmente  la baraja del tarot que Giordano me hizo y los pocos librosque me dio cuando nos separamos en Flandes seguían en el callejón en el que las habíanabandonado los saqueadores, que no supieron cómo utilizarlas.También pensé que unospocos trajes rotos no eran nada en comparación con la riqueza que habíamos recaudado esatarde.LeMerle había conseguido lo suficiente como para comprar diez veces nuestras mejo-res galas.Esperanzada, me convencí de que mi parte tal vez bastaría para adquirir un trozode tierra en el que construir una casa.La ligera redondez de mi vientre todavía era demasiado sutil para conducir mispensamientos en esa dirección, aunque sabía que seis meses después L'Ailée se volvería te-rrestre para siempre, y algo me aconsejó que era el momento de llegar a un acuerdo conLeMerle, ya que todavía era posible.Lo admiraba y todavía lo quería, pero jamás confiaría enél.No tenía ni idea de mi secreto y, de haberlo sabido, no habría dudado en aprovechar la in-formación.También era difícil pensar en dejarlo.Me lo había planteado en muchas ocasiones  unpar de veces incluso había preparado el equipaje , pero hasta entonces siempre habíasurgido algo que me hizo vacilar.Tal vez la aventura, la aventura permanente.Adoraba losaños compartidos con LeMerle; adoraba ser L'Ailée, y adoraba nuestras obras, sátiras yvuelos de fantasía.Con más apremio que nunca tuve la sensación de que todo eso tocaba a sufin.La niña que albergaba en mi interior parecía poseer voluntad propia y supe que ésa noera vida para ella.LeMerle nunca había dejado de perseguir tigres y sabía que un día suaudacia nos abocaría a un desafío definitivo que le estallaría en pleno rostro, como los polvosde Giordano.En Epinal había estado a punto de ocurrir y sólo la suerte nos había salvado.¿Durante cuánto tiempo lo acompañaría la fortuna?Era tarde cuando por fin LeMerle lió el petate.Rechazó la invitación a ocupar una habita-ción en la posada y explicó que prefería un alojamiento más modesto.Habíamos montado elcampamento en un claro de las afueras de la ciudad y, agotados, nos dispusimos a dar el díapor terminado.Acaricié por última vez la redondez de mi vientre, me hice un ovillo sobre eljergón de crines de caballo y prometí que lo haría mañana.Decidí que al día siguiente lo abandonaría.45 JOANNE HARRIS La Abadía de los AcróbatasNadie se percató de su partida.Tal vez asordinó con harapos los cascos de su yegua yenvolvió con tiras de tela los arneses y las ruedas.Quizá la niebla de la alborada lo ayudó yacalló los sonidos de la fuga.También es posible que yo estuviese demasiado cansada,demasiado concentrada en mí y en mi hija no nacida como para preocuparme de que sequedara o se fuese.Hasta esa noche, entre nosotros había existido un vínculo más intensoque el encaprichamiento que antaño había mostrado hacia él o que el que habíamos comprar-tido como amantes.Creía conocerlo.Conocía sus antojos, sus juegos y sus crueldades fortui-tas.No podía hacer nada que me sorprendiera o escandalizase.Cuando me percaté de mi error era demasiado tarde [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
  • zanotowane.pl
  • doc.pisz.pl
  • pdf.pisz.pl
  • matkasanepid.xlx.pl