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.Esto es lo que Mason envió a sus empleados de Cerdeña para que pusieran a punto el escenario de la muerte del doctor Lecter: El cerdo gigante de los bosques, “Hylochoerus meinertzhageni”, con seis tetas y treinta y ocho cromosomas, es un omnívoro oportunista que, como el hombre, no hace ascos a ningún manjar.Alcanza los dos metros de largo en las familias de las tierras altas y pesa alrededor de doscientos setenta y cinco kilos.Este animal aportaría la nota básica al experimento genético de Mason.El clásico jabalí europeo, “Sus scrofa scrofa”, con treinta y seis cromosomas en su forma más pura, sin verrugas faciales, todo cerdas y enormes colmillosadaptados para desgarrar es un animal rápido y feroz capaz de matar una víbora con sus afiladas pezuñas y comérsela como si fuera una longaniza.Cuando se siente hostigado, está en celo o tiene que proteger a sus jabatos, carga contra cualquier cosa que considere una amenaza.Las hembras tienen doce tetas y son unas madres excelentes.En el “Sus scrofa scrofa”, Mason había encontrado el tema principal de su sinfonía y el aspecto facial apropiado para proporcionar al doctor Lecter una última e infernal visión de su propia muerte.(Véase Harris, “Sobre el cerdo”, 1881.) Había adquirido el cerdo de la isla de Ossabaw por su agresividad, y el Jiaxing negro por sus altos niveles de estradiol.Incurrió en una nota falsa al incluir al babirusa,“Babyrussa babyrussa”, oriundo de Indonesia oriental y conocido como ‘cerdo-ciervo’ por la extraordinaria longitud de sus colmillos.Se reproduce con lentitud, tiene tan sólo dos tetas y, con sus cien kilos de peso, supuso una reducción inadmisible del tamaño.Pero el experimento no sufrió retrasos, pues había lechigadas paralelas en las que el babirusa no había tenido participación.En cuanto a la dentición, Mason no tenía mucho donde elegir.Casi todas las clases tenían dientes adecuados para el cometido que deberían cumplir: tres pares de afilados incisivos, un par de bien desarrollados caninos, cuatro pares de premolares y tres pares de trituradores molares, tanto arriba como abajo, lo que hacía un total de cuarenta y cuatro piezas dentales.Cualquier cerdo es capaz de devorar el cadáver de un hombre, pero para conseguir que se lo coma vivo es necesario cierto adiestramiento.Los sardos de Mason estaban a la altura de la tarea.Al cabo de siete años de esfuerzos y un sinnúmero de ventregadas, los resultados eran.notables.Capítulo 16.Con todos los actores excepto el doctor Lecter presentes en las montañas sardas de Gennargentu, Mason se ocupó a continuación de aprestar los medios que le permitirían dejar constancia de la muerte del doctor para la posteridad y para su propio placer visual.Había tomado las disposiciones fundamentales hacía tiempo; ahora bastaba con dar la voz de alerta.Llevó a cabo tan delicadas gestiones por teléfono, a través de la centralita de la agencia legal de apuestas cercana al Castaways de Las Vegas.Sus llamadas eran diminutos hilos imperceptibles en entramado de febril actividad que se apoderaba de aquel sitio durante los fines de semana.La profunda voz de Mason, despojada de oclusivas y fricativas, viajó desde la reserva forestal próxima a la costa de Cheaspeake hasta el desierto, y desde allí atravesó el Atlántico para hacer una primera escala en Roma.En un apartamento del séptimo piso de un edificio de la Via Archimede, detrás del hotel del mismo nombre, sonó el áspero ring-ring de un teléfono italiano.En la oscuridad, voces soñolientas: —¿Cosa? ¿Cosa c´é?”—”Accendi la luce, idiota”.La lámpara de la mesilla iluminó el cuarto.En la cama había tres personas.El joven que estaba en el lado del teléfono levantó el auricular y se lo pasó al grueso hombre maduro acostado en el centro.En el otro lado de la cama una rubia veinteañera alzó la cara soñolienta hacia la luz y volvió a hundirla en el almohadón.—”¿Pronto, chi? Chi parla?” —Oreste, querido, soy Mason.El individuo obeso se espabiló del todo y le señaló al joven un vaso de agua mineral.—¡Ah, Mason, amigo mío! Perdóname, estaba dormido.¿Qué hora es ahí? —Es tarde en todas partes, Oreste.¿Recuerdas lo que dije que haría por ti y lo que tú tenías que hacer por mí? —Sí, sí.Claro.—Pues ha llegado el momento.Ya sabes lo que quiero.Quiero dos cámaras, quiero mejor calidad de sonido que la de tus películas porno, y tienes que conseguir tu propia electricidad, porque quiero que el generador esté bien lejos del lugar de rodaje.Quiero unos planos bonitos de naturaleza para cuando hagamos el montaje, y cantos de pájaros [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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.Esto es lo que Mason envió a sus empleados de Cerdeña para que pusieran a punto el escenario de la muerte del doctor Lecter: El cerdo gigante de los bosques, “Hylochoerus meinertzhageni”, con seis tetas y treinta y ocho cromosomas, es un omnívoro oportunista que, como el hombre, no hace ascos a ningún manjar.Alcanza los dos metros de largo en las familias de las tierras altas y pesa alrededor de doscientos setenta y cinco kilos.Este animal aportaría la nota básica al experimento genético de Mason.El clásico jabalí europeo, “Sus scrofa scrofa”, con treinta y seis cromosomas en su forma más pura, sin verrugas faciales, todo cerdas y enormes colmillosadaptados para desgarrar es un animal rápido y feroz capaz de matar una víbora con sus afiladas pezuñas y comérsela como si fuera una longaniza.Cuando se siente hostigado, está en celo o tiene que proteger a sus jabatos, carga contra cualquier cosa que considere una amenaza.Las hembras tienen doce tetas y son unas madres excelentes.En el “Sus scrofa scrofa”, Mason había encontrado el tema principal de su sinfonía y el aspecto facial apropiado para proporcionar al doctor Lecter una última e infernal visión de su propia muerte.(Véase Harris, “Sobre el cerdo”, 1881.) Había adquirido el cerdo de la isla de Ossabaw por su agresividad, y el Jiaxing negro por sus altos niveles de estradiol.Incurrió en una nota falsa al incluir al babirusa,“Babyrussa babyrussa”, oriundo de Indonesia oriental y conocido como ‘cerdo-ciervo’ por la extraordinaria longitud de sus colmillos.Se reproduce con lentitud, tiene tan sólo dos tetas y, con sus cien kilos de peso, supuso una reducción inadmisible del tamaño.Pero el experimento no sufrió retrasos, pues había lechigadas paralelas en las que el babirusa no había tenido participación.En cuanto a la dentición, Mason no tenía mucho donde elegir.Casi todas las clases tenían dientes adecuados para el cometido que deberían cumplir: tres pares de afilados incisivos, un par de bien desarrollados caninos, cuatro pares de premolares y tres pares de trituradores molares, tanto arriba como abajo, lo que hacía un total de cuarenta y cuatro piezas dentales.Cualquier cerdo es capaz de devorar el cadáver de un hombre, pero para conseguir que se lo coma vivo es necesario cierto adiestramiento.Los sardos de Mason estaban a la altura de la tarea.Al cabo de siete años de esfuerzos y un sinnúmero de ventregadas, los resultados eran.notables.Capítulo 16.Con todos los actores excepto el doctor Lecter presentes en las montañas sardas de Gennargentu, Mason se ocupó a continuación de aprestar los medios que le permitirían dejar constancia de la muerte del doctor para la posteridad y para su propio placer visual.Había tomado las disposiciones fundamentales hacía tiempo; ahora bastaba con dar la voz de alerta.Llevó a cabo tan delicadas gestiones por teléfono, a través de la centralita de la agencia legal de apuestas cercana al Castaways de Las Vegas.Sus llamadas eran diminutos hilos imperceptibles en entramado de febril actividad que se apoderaba de aquel sitio durante los fines de semana.La profunda voz de Mason, despojada de oclusivas y fricativas, viajó desde la reserva forestal próxima a la costa de Cheaspeake hasta el desierto, y desde allí atravesó el Atlántico para hacer una primera escala en Roma.En un apartamento del séptimo piso de un edificio de la Via Archimede, detrás del hotel del mismo nombre, sonó el áspero ring-ring de un teléfono italiano.En la oscuridad, voces soñolientas: —¿Cosa? ¿Cosa c´é?”—”Accendi la luce, idiota”.La lámpara de la mesilla iluminó el cuarto.En la cama había tres personas.El joven que estaba en el lado del teléfono levantó el auricular y se lo pasó al grueso hombre maduro acostado en el centro.En el otro lado de la cama una rubia veinteañera alzó la cara soñolienta hacia la luz y volvió a hundirla en el almohadón.—”¿Pronto, chi? Chi parla?” —Oreste, querido, soy Mason.El individuo obeso se espabiló del todo y le señaló al joven un vaso de agua mineral.—¡Ah, Mason, amigo mío! Perdóname, estaba dormido.¿Qué hora es ahí? —Es tarde en todas partes, Oreste.¿Recuerdas lo que dije que haría por ti y lo que tú tenías que hacer por mí? —Sí, sí.Claro.—Pues ha llegado el momento.Ya sabes lo que quiero.Quiero dos cámaras, quiero mejor calidad de sonido que la de tus películas porno, y tienes que conseguir tu propia electricidad, porque quiero que el generador esté bien lejos del lugar de rodaje.Quiero unos planos bonitos de naturaleza para cuando hagamos el montaje, y cantos de pájaros [ Pobierz całość w formacie PDF ]