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.Ni él ni nadie.—Recuerdo el caso.Elbert, en Wisconsin, hace tres años, ¿verdad?—Si, ¿cómo lo sabes?—Doce personas son muchas para un ataque de vampiros.La noticia salió en todos los periódicos.Brett Colby fue el cazavampiros que se encargó del caso.—No lo conocí, pero mis padres me lo explicaron.Hablaban de él como si fuera un vaquero que libraba al pueblo de los malhechores.Dio con los vampiros y acabó con ellos; ayudó a todo el mundo cuando nadie más podía.—Si lo que quieres es ayudar, hazte médico o asistente social.—Soy reanimador, y eso me da cierta resistencia a los vampiros.Creo que Dios me la concedió para que me dedicara a cazarlos.—Joder, Larry, como te embarques en una cruzada, acabarás muerto.—Tú puedes enseñarme.—No puedes convertirlo en algo personal.No se puede hacer eso.Si permites que interfieran las emociones, sólo conseguirás que te maten, o volverte loco.—Aprenderé.Observé su perfil.Parecía muy decidido.—Larry… —Me detuve.¿Qué podía decir? ¿Qué motivos teníamos los demás para dedicarnos a eso? Puede que los de Larry fueran tan válidos como los míos, o más.No era que le gustara matar, como a Edward, y además estaba claro que me iría bien un poco de ayuda: empezaba a haber demasiados vampiros para mí sola.—De acuerdo, te enseñaré, pero tendrás que hacer lo que te diga cuando te lo diga, sin rechistar.—A sus órdenes, jefa.—Me dedicó una sonrisa y volvió a mirar la carretera.Parecía resuelto y aliviado.Y muy joven.Pero todos habíamos sido jóvenes.Es algo que se cura con el tiempo, como la ingenuidad y las expectativas de que las reglas sean justas.Al final, lo único que queda es un buen instinto de supervivencia.¿Sabría inculcárselo a Larry? ¿Podría enseñarlo a sobrevivir?«Dios mío, por favor, que consiga aprender, que no se me muera.»TREINTA Y OCHOLarry me dejó en casa a las nueve y cinco.Qué horas se nos habían hecho.Cogí la bolsa del asiento trasero; sólo me habría faltado dejarme los trastos de reanimar.Salí del coche y me asomé a la puerta para despedirme.—Nos vemos aquí a las cinco —dije—.De momento, te toca conducir a ti.—Asintió—.Si me retraso, no dejes que Bert te mande a trabajar solo, ¿de acuerdo?Se giró para mirarme, sumido en pensamientos que no supe interpretar.—¿Crees que no puedo apañármelas?No lo creía; lo sabía, pero preferí no decírselo.—Llevas dos días en el trabajo.Ni a ti ni a mí nos conviene forzar las cosas.Ya te enseñaré a cazar vampiros, pero recuerda que nuestro trabajo consiste en levantar muertos.Procura no olvidarlo.—Asintió de nuevo—.Y no te preocupes si tienes pesadillas.Yo también las tengo a veces.—Vale.—Puso el coche en marcha, así que cerré la puerta.Supongo que no quería seguir hablando.Nada de lo que habíamos visto hasta aquel momento me provocaría pesadillas, pero prefería que Larry se fuera preparando, aunque dudaba que decírselo sirviera para algo.Una familia estaba metiendo una cesta de picnic y varias neveras en una furgoneta gris.—No creo que queden muchos días como este —comentó el hombre, sonriendo.—Desde luego.La típica charla banal de la gente que sólo se conoce de vista.Éramos vecinos, de modo que nos saludábamos, pero poco más.Lo prefería así.Cuando llegaba a casa, lo último que me apetecía era que llamaran a la puerta para pedirme una taza de azúcar.Sólo hacía una excepción con la señora Pringle, pero ella respetaba mi intimidad.El piso estaba caldeado y en calma.Cerré la puerta y me apoyé en ella.Hogar, dulce hogar.Al dejar la chaqueta en el respaldo del sillón olí un perfume.Era un aroma floral y delicado, con ese deje sutil que sólo tienen los más caros.No era mío.Saqué la Browning y pegué la espalda a la puerta.Un hombre dobló la esquina del comedor.Era alto y delgado, con el pelo negro corto por delante y largo por detrás.No hizo nada; se quedó apoyado en la pared con los brazos cruzados, sonriente.Otro hombre, más bajo y musculoso, de pelo rubio, apareció en la sala y se sentó en el sofá.También sonreía, y tenía las manos a la vista.Ninguno de los dos iba armado, al menos en apariencia.—¿Quiénes coño sois?Un negro alto salió del dormitorio.Tenía un bigote muy arreglado y ocultaba los ojos tras unas gafas de sol.La lamia apareció junto a él.Estaba en su forma humana, con el mismo vestido rojo que el día anterior.Lo único nuevo eran los zapatos granate de tacón.—Estábamos esperándola, señorita Blake.—¿Y esos hombres?—Mi harén.—¿Cómo?—Son míos.—Pasó las uñas rojas por la mano del negro, con tanta fuerza que trazó una línea de sangre.Él se limitó a sonreír.—¿Qué quieres?—El señor Oliver desea verla.Nos ha pedido que la recojamos.—Sé dónde vive.Puedo ir yo sola.—Oh, no, me temo que hemos tenido que mudarnos —dijo mientras pasaba al comedor—.Ayer, un maldito cazarrecompensas intentó matar a Oliver.—¿Qué cazarrecompensas? —Me pregunté si habría sido Edward.—No nos presentaron formalmente.—Agitó una mano, desdeñosa—.Oliver no me dejó matarlo, así que huyó, y hemos tenido que mudarnos.Sonaba razonable, pero…—¿Dónde está?—Ahora la llevamos con él.Tenemos el coche fuera.—¿Por qué no ha venido a buscarme Inger?—Oliver ordena y yo obedezco.—Se encogió de hombros, pero una expresión de odio cruzó su precioso rostro.—¿Cuánto hace que es tu amo?—Demasiado tiempo.Los contemplé a todos, todavía con la pistola en la mano, aunque sin apuntar a nadie.No habían intentado hacerme nada, de modo que ¿por qué no enfundaba? Porque había visto en qué se podía convertir aquella mujer y los tenía de corbata [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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.Ni él ni nadie.—Recuerdo el caso.Elbert, en Wisconsin, hace tres años, ¿verdad?—Si, ¿cómo lo sabes?—Doce personas son muchas para un ataque de vampiros.La noticia salió en todos los periódicos.Brett Colby fue el cazavampiros que se encargó del caso.—No lo conocí, pero mis padres me lo explicaron.Hablaban de él como si fuera un vaquero que libraba al pueblo de los malhechores.Dio con los vampiros y acabó con ellos; ayudó a todo el mundo cuando nadie más podía.—Si lo que quieres es ayudar, hazte médico o asistente social.—Soy reanimador, y eso me da cierta resistencia a los vampiros.Creo que Dios me la concedió para que me dedicara a cazarlos.—Joder, Larry, como te embarques en una cruzada, acabarás muerto.—Tú puedes enseñarme.—No puedes convertirlo en algo personal.No se puede hacer eso.Si permites que interfieran las emociones, sólo conseguirás que te maten, o volverte loco.—Aprenderé.Observé su perfil.Parecía muy decidido.—Larry… —Me detuve.¿Qué podía decir? ¿Qué motivos teníamos los demás para dedicarnos a eso? Puede que los de Larry fueran tan válidos como los míos, o más.No era que le gustara matar, como a Edward, y además estaba claro que me iría bien un poco de ayuda: empezaba a haber demasiados vampiros para mí sola.—De acuerdo, te enseñaré, pero tendrás que hacer lo que te diga cuando te lo diga, sin rechistar.—A sus órdenes, jefa.—Me dedicó una sonrisa y volvió a mirar la carretera.Parecía resuelto y aliviado.Y muy joven.Pero todos habíamos sido jóvenes.Es algo que se cura con el tiempo, como la ingenuidad y las expectativas de que las reglas sean justas.Al final, lo único que queda es un buen instinto de supervivencia.¿Sabría inculcárselo a Larry? ¿Podría enseñarlo a sobrevivir?«Dios mío, por favor, que consiga aprender, que no se me muera.»TREINTA Y OCHOLarry me dejó en casa a las nueve y cinco.Qué horas se nos habían hecho.Cogí la bolsa del asiento trasero; sólo me habría faltado dejarme los trastos de reanimar.Salí del coche y me asomé a la puerta para despedirme.—Nos vemos aquí a las cinco —dije—.De momento, te toca conducir a ti.—Asintió—.Si me retraso, no dejes que Bert te mande a trabajar solo, ¿de acuerdo?Se giró para mirarme, sumido en pensamientos que no supe interpretar.—¿Crees que no puedo apañármelas?No lo creía; lo sabía, pero preferí no decírselo.—Llevas dos días en el trabajo.Ni a ti ni a mí nos conviene forzar las cosas.Ya te enseñaré a cazar vampiros, pero recuerda que nuestro trabajo consiste en levantar muertos.Procura no olvidarlo.—Asintió de nuevo—.Y no te preocupes si tienes pesadillas.Yo también las tengo a veces.—Vale.—Puso el coche en marcha, así que cerré la puerta.Supongo que no quería seguir hablando.Nada de lo que habíamos visto hasta aquel momento me provocaría pesadillas, pero prefería que Larry se fuera preparando, aunque dudaba que decírselo sirviera para algo.Una familia estaba metiendo una cesta de picnic y varias neveras en una furgoneta gris.—No creo que queden muchos días como este —comentó el hombre, sonriendo.—Desde luego.La típica charla banal de la gente que sólo se conoce de vista.Éramos vecinos, de modo que nos saludábamos, pero poco más.Lo prefería así.Cuando llegaba a casa, lo último que me apetecía era que llamaran a la puerta para pedirme una taza de azúcar.Sólo hacía una excepción con la señora Pringle, pero ella respetaba mi intimidad.El piso estaba caldeado y en calma.Cerré la puerta y me apoyé en ella.Hogar, dulce hogar.Al dejar la chaqueta en el respaldo del sillón olí un perfume.Era un aroma floral y delicado, con ese deje sutil que sólo tienen los más caros.No era mío.Saqué la Browning y pegué la espalda a la puerta.Un hombre dobló la esquina del comedor.Era alto y delgado, con el pelo negro corto por delante y largo por detrás.No hizo nada; se quedó apoyado en la pared con los brazos cruzados, sonriente.Otro hombre, más bajo y musculoso, de pelo rubio, apareció en la sala y se sentó en el sofá.También sonreía, y tenía las manos a la vista.Ninguno de los dos iba armado, al menos en apariencia.—¿Quiénes coño sois?Un negro alto salió del dormitorio.Tenía un bigote muy arreglado y ocultaba los ojos tras unas gafas de sol.La lamia apareció junto a él.Estaba en su forma humana, con el mismo vestido rojo que el día anterior.Lo único nuevo eran los zapatos granate de tacón.—Estábamos esperándola, señorita Blake.—¿Y esos hombres?—Mi harén.—¿Cómo?—Son míos.—Pasó las uñas rojas por la mano del negro, con tanta fuerza que trazó una línea de sangre.Él se limitó a sonreír.—¿Qué quieres?—El señor Oliver desea verla.Nos ha pedido que la recojamos.—Sé dónde vive.Puedo ir yo sola.—Oh, no, me temo que hemos tenido que mudarnos —dijo mientras pasaba al comedor—.Ayer, un maldito cazarrecompensas intentó matar a Oliver.—¿Qué cazarrecompensas? —Me pregunté si habría sido Edward.—No nos presentaron formalmente.—Agitó una mano, desdeñosa—.Oliver no me dejó matarlo, así que huyó, y hemos tenido que mudarnos.Sonaba razonable, pero…—¿Dónde está?—Ahora la llevamos con él.Tenemos el coche fuera.—¿Por qué no ha venido a buscarme Inger?—Oliver ordena y yo obedezco.—Se encogió de hombros, pero una expresión de odio cruzó su precioso rostro.—¿Cuánto hace que es tu amo?—Demasiado tiempo.Los contemplé a todos, todavía con la pistola en la mano, aunque sin apuntar a nadie.No habían intentado hacerme nada, de modo que ¿por qué no enfundaba? Porque había visto en qué se podía convertir aquella mujer y los tenía de corbata [ Pobierz całość w formacie PDF ]