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.¡Y cuántas veces su infernal maldad nos atrapa en falta sobre eso, sin que nosotras tengamos el más mínimo yerro! ¡Cuántas veces uno de ellos pide de repente lo que sabe perfectamente que se acaba de conceder a otro, y que no se puede repetir inmediatamente! No por ello hay que dejar de sufrir el castigo; jamás son escuchadas nuestras protestas, o nuestras quejas; hay que obedecer o aceptar el castigo.Faltas de conducta en la cámara o desobediencia a la decana: sesenta latigazos; la apariencia de lloros, de pena, de remordimiento, la sospecha misma del más mínimo retorno a la religión: doscientos latizagos.Si un monje te elige para saborear contigo la última crisis del placer y él no puede alcanzarla, sea falta suya, cosa que es muy común, o tuya: al acto, trescientos latigazos.La más mínima apariencia de repugnancia a las proposiciones de los monjes, sean de la naturaleza que sean: doscientos latizagos; un intento de evasión, una revuelta: nueve días de calabozo, completamente desnuda, y trescientos latigazos por día; murmuraciones, malos consejos, malas conversaciones entre nosotras, así que son descubiertos: trescientos latigazos; proyectos de suicidio, negativa a alimentarse como es debido: doscientos latigazos; faltar al respeto a los frailes: ciento ochenta latigazos.Esos son nuestros únicos delitos, por el resto podemos hacer lo que queramos, acostarnos juntas, pelearnos, pegarnos, llegar a los últimos excesos de la ebriedad y de la gula, jurar, blasfemar: todo eso da igual, nada se nos dice por esas faltas; sólo somos reprendidas por las que acabo de mencionarte, pero las decanas pueden evitarnos muchos de esos inconvenientes, si quieren.Desgraciadamente, esta protección sólo se compra con unas complacencias a menudo más molestas que las penas por ellas garantizadas; las de ambas salas tienen los mismos gustos, y sólo concediéndoles favores se consigue controlarlas.Si se les niegan, multiplican sin motivo la suma de tus errores, y los monjes a los que servimos, lloviendo sobre mojado, lejos de reprocharles su injusticia, las estimulan incesantemente a repetirla; ellas mismas están sometidas a todas estas reglas, y además muy severamente castigadas, si se las sospecha indulgentes.No es que estos libertinos necesiten todo eso para torturarnos, pero les resulta muy cómodo dotarse de pretextos; este aire de naturalidad presta encantos a su voluptuosidad, y la incrementa.Al entrar aquí cada una de nosotras tiene una pequeña provisión de ropa; nos dan media docena de cada cosa, y nos la renuevan cada año, pero hay que entregar lo que nosotras traemos; no se nos permite conservar nada.Las quejas de los cuatro legos de que te he hablado son atendidas como las de la decana; basta su simple delación para que se nos castigue; pero por lo menos no nos piden nada, y no son tan temibles como las decanas, muy exigentes y muy peligrosas cuando el capricho o la venganza dirige sus comportamientos.Nuestro alimento es muy bueno y siempre muy abundante; si de ello no obtuvieran unas dosis de voluptuosidad, es posible que este tema no funcionara tan bien, pero como sus sucios desenfrenos ganan con ello, no descuidan nada para ati-borrarnos de comida: los que prefieren azotamos, nos tienen más rollizas, más gordas, y los que, como te decía Jerôme ayer, prefieren ver poner la gallina, están seguros, mediante una alimentación abundante, de una mayor cantidad de huevos.En consecuencia, nos sirven cuatro veces al día; para desayunar, entre las nueve y las diez, nos dan siempre un ave con arroz, frutas frescas o compotas, té, café o chocolate; a la una se nos sirve el almuerzo; cada mesa de ocho es servida de igual manera: un sabroso potaje, cuatro entrantes, un asado y cuatro dulces; postres en cualquier estación.A las cinco y media, se sirve la merienda: pasteles o frutas; la cena es sin duda excelente, si es la de los monjes; si no asistimos a ella, como entonces sólo somos cuatro por cámara, se nos sirve a la vez tres platos de asado y cuatro postres; tenemos cada una de nosotras una botella de vino blanco, otra de tinto, y media botella de licor al día; las que no beben son libres de dárselo a las demás; las hay entre nosotras muy glotonas que beben enormemente, que se emborrachan, y todo eso sin que nadie las riña; las hay también a las que estas cuatro comidas no bastan; no tienen más que llamar, y se les trae inmediatamente lo que piden.Este documento ha sido descargado dehttp://www.escolar.com»Las decanas obligan a comer en las comidas, y si se persistiera en no querer hacerlo, por el motivo que fuera, a la tercera vez serás severamente castigada.La cena de los monjes se compone de tres platos de asado, de seis entrantes seguidos por una pieza fría y ocho postres, fruta, tres tipos de vinos, café y licores.A veces, nos sentamos las ocho a la mesa con ellos; otras obligan a cuatro de nosotras a servirles, y cenamos después; ocurre también de vez en cuando que sólo toman cuatro mujeres para cenar; en tal caso, suelen ser clases enteras, y cuando somos ocho, siempre hay dos de cada clase.Inútil decirte que jamás nos visita nadie; ningún extraño, bajo ningún pretexto, entra en este pabellón.Si caemos enfermas, nos cuida el único lego cirujano, y si morimos, es sin ninguna ayuda religiosa; nos arrojan a uno de los espacios formados por los setos, y eso es todo; pero por una insigne crueldad, si la enfermedad llega a ser demasiado grave, o se teme el contagio, no esperan a que muramos para enterrarnos; se nos llevan y nos colocan donde te he dicho, todavía en vida; desde los dieciocho años estoy aquí, he visto más de diez ejemplos de esta insigne ferocidad; dicen a eso que es mejor perder una que arriesgar dieciséis; que, además, la pérdida de una mujer es tan leve, tan fácilmente reparable, que no hay por qué lamentarla [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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.¡Y cuántas veces su infernal maldad nos atrapa en falta sobre eso, sin que nosotras tengamos el más mínimo yerro! ¡Cuántas veces uno de ellos pide de repente lo que sabe perfectamente que se acaba de conceder a otro, y que no se puede repetir inmediatamente! No por ello hay que dejar de sufrir el castigo; jamás son escuchadas nuestras protestas, o nuestras quejas; hay que obedecer o aceptar el castigo.Faltas de conducta en la cámara o desobediencia a la decana: sesenta latigazos; la apariencia de lloros, de pena, de remordimiento, la sospecha misma del más mínimo retorno a la religión: doscientos latizagos.Si un monje te elige para saborear contigo la última crisis del placer y él no puede alcanzarla, sea falta suya, cosa que es muy común, o tuya: al acto, trescientos latigazos.La más mínima apariencia de repugnancia a las proposiciones de los monjes, sean de la naturaleza que sean: doscientos latizagos; un intento de evasión, una revuelta: nueve días de calabozo, completamente desnuda, y trescientos latigazos por día; murmuraciones, malos consejos, malas conversaciones entre nosotras, así que son descubiertos: trescientos latigazos; proyectos de suicidio, negativa a alimentarse como es debido: doscientos latigazos; faltar al respeto a los frailes: ciento ochenta latigazos.Esos son nuestros únicos delitos, por el resto podemos hacer lo que queramos, acostarnos juntas, pelearnos, pegarnos, llegar a los últimos excesos de la ebriedad y de la gula, jurar, blasfemar: todo eso da igual, nada se nos dice por esas faltas; sólo somos reprendidas por las que acabo de mencionarte, pero las decanas pueden evitarnos muchos de esos inconvenientes, si quieren.Desgraciadamente, esta protección sólo se compra con unas complacencias a menudo más molestas que las penas por ellas garantizadas; las de ambas salas tienen los mismos gustos, y sólo concediéndoles favores se consigue controlarlas.Si se les niegan, multiplican sin motivo la suma de tus errores, y los monjes a los que servimos, lloviendo sobre mojado, lejos de reprocharles su injusticia, las estimulan incesantemente a repetirla; ellas mismas están sometidas a todas estas reglas, y además muy severamente castigadas, si se las sospecha indulgentes.No es que estos libertinos necesiten todo eso para torturarnos, pero les resulta muy cómodo dotarse de pretextos; este aire de naturalidad presta encantos a su voluptuosidad, y la incrementa.Al entrar aquí cada una de nosotras tiene una pequeña provisión de ropa; nos dan media docena de cada cosa, y nos la renuevan cada año, pero hay que entregar lo que nosotras traemos; no se nos permite conservar nada.Las quejas de los cuatro legos de que te he hablado son atendidas como las de la decana; basta su simple delación para que se nos castigue; pero por lo menos no nos piden nada, y no son tan temibles como las decanas, muy exigentes y muy peligrosas cuando el capricho o la venganza dirige sus comportamientos.Nuestro alimento es muy bueno y siempre muy abundante; si de ello no obtuvieran unas dosis de voluptuosidad, es posible que este tema no funcionara tan bien, pero como sus sucios desenfrenos ganan con ello, no descuidan nada para ati-borrarnos de comida: los que prefieren azotamos, nos tienen más rollizas, más gordas, y los que, como te decía Jerôme ayer, prefieren ver poner la gallina, están seguros, mediante una alimentación abundante, de una mayor cantidad de huevos.En consecuencia, nos sirven cuatro veces al día; para desayunar, entre las nueve y las diez, nos dan siempre un ave con arroz, frutas frescas o compotas, té, café o chocolate; a la una se nos sirve el almuerzo; cada mesa de ocho es servida de igual manera: un sabroso potaje, cuatro entrantes, un asado y cuatro dulces; postres en cualquier estación.A las cinco y media, se sirve la merienda: pasteles o frutas; la cena es sin duda excelente, si es la de los monjes; si no asistimos a ella, como entonces sólo somos cuatro por cámara, se nos sirve a la vez tres platos de asado y cuatro postres; tenemos cada una de nosotras una botella de vino blanco, otra de tinto, y media botella de licor al día; las que no beben son libres de dárselo a las demás; las hay entre nosotras muy glotonas que beben enormemente, que se emborrachan, y todo eso sin que nadie las riña; las hay también a las que estas cuatro comidas no bastan; no tienen más que llamar, y se les trae inmediatamente lo que piden.Este documento ha sido descargado dehttp://www.escolar.com»Las decanas obligan a comer en las comidas, y si se persistiera en no querer hacerlo, por el motivo que fuera, a la tercera vez serás severamente castigada.La cena de los monjes se compone de tres platos de asado, de seis entrantes seguidos por una pieza fría y ocho postres, fruta, tres tipos de vinos, café y licores.A veces, nos sentamos las ocho a la mesa con ellos; otras obligan a cuatro de nosotras a servirles, y cenamos después; ocurre también de vez en cuando que sólo toman cuatro mujeres para cenar; en tal caso, suelen ser clases enteras, y cuando somos ocho, siempre hay dos de cada clase.Inútil decirte que jamás nos visita nadie; ningún extraño, bajo ningún pretexto, entra en este pabellón.Si caemos enfermas, nos cuida el único lego cirujano, y si morimos, es sin ninguna ayuda religiosa; nos arrojan a uno de los espacios formados por los setos, y eso es todo; pero por una insigne crueldad, si la enfermedad llega a ser demasiado grave, o se teme el contagio, no esperan a que muramos para enterrarnos; se nos llevan y nos colocan donde te he dicho, todavía en vida; desde los dieciocho años estoy aquí, he visto más de diez ejemplos de esta insigne ferocidad; dicen a eso que es mejor perder una que arriesgar dieciséis; que, además, la pérdida de una mujer es tan leve, tan fácilmente reparable, que no hay por qué lamentarla [ Pobierz całość w formacie PDF ]