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.No creía en eso a la luz del día, pero no lo bastante como para dejarla en posesión de la cabaña durante horas.Por eso le parecía prudente ver qué sabía sobre el acecho y la caza de presas y qué otro tipo de trampas se lepodían ocurrir.Ella quiso coger su arco cuando él tomó el suyo de junto a la puerta. No dijo él.No, a menos que necesites un bastón.Ella lo miró, ofendida.Pero dejó el tosco arco y lo siguió a los bosques.Shoka había apilado arbustos aquí y allá por la montaña, y eso bastaba para atrapar un par de conejos de vez encuando, simplemente cuestión de caminar en silencio y no tocar el refugio mientras se ponían trampas enalgunos sitios.24Taizu se movía bien junto a él y cuidaba dónde ponía los pies.Hacía muy poco ruido entre las plantas y evitabalas ramas que podían rozarle un brazo o una pierna.No eran habilidades propias de una muchacha de granja, pensó él.No era la forma de moverse de una muchachade granja.Recordó la trampa que le había puesto, una trampa muy hábil, muy bien colocada.Esa era otra cosa que una muchacha de granja no habría sabido hacer.«Como las que ponemos para lossoldados», había dicho ella.Shoka se detuvo finalmente para dejar que los bosques se calmaran, subió por una pendiente de roca y se sentó, yen ese momento de tiempo libre, pensó en enseñarle algunos signos; como su padre había hecho con él, parahablar con los dedos y no asustar a las presas.Ella los repitió, rápidamente, con claridad, signos que designaban acciones y direcciones y animales que iban yvenían por la colina.Después él le enseñó uno para los hombres. Hay bandidos en Hoishi murmuró.Y de vez en cuando viene un muchacho de la aldea con mis alimentos.Ya viste la aldea.Los bandidos.son diferentes.Supongo que te darás cuenta.Vio una expresión especial en ella mientras asentía.algo furioso y duro y paciente. Si ves a alguien que no parezca un aldeano, no lo lleves a la cabaña; no dejes que te atrapen; y me avisasapenas puedas.¿Entiendes?Otra vez esa mirada de intensa concentración. Repite los signos dijo él.Era lo que había hecho su padre: obligarlo a recordar una vez que ya había dejadode esperar esa orden.Ella se los devolvió y los dijo en voz alta, uno por uno, sin error.Rápida.Muy rápida para entender las cosas.Era una vergüenza que los dioses hubieran dado a una muchacha un talento que la convertía en una discípulaexcepcional para las armas.Pero ese talento no tenía utilidad alguna para una monja, o para la sirvienta de un granjero.Saber cómo cazar.Y se imaginó la burla de la gente de la corte de Cheng'di si lo hubieran visto ahí agachado, conversandoseriamente con una porqueriza, o enseñando a una mujer los signos de los cazadores; y se imaginó que la bromase convertiría en algo mucho más seno si se decidía a enseñarle habilidades más marciales que ésas o la llevabacomo compañera en una cacería.Pero si la mantenía satisfecha, si en el proceso de cumplir con su promesa, le enseñaba a protegerse para no tenerque preocuparse tanto de verla convertida en rehén o en guía involuntaria de un ataque de bandidos contra lacabaña.Bueno, por los dioses del cielo y de la tierra, ahora no tenía que luchar contra las habladurías de la corte; ya novivía en Chiyaden, y si Saukendar tomaba una muchacha para calentar su cama, y si le divertía enseñarle a cazarcon él y a hacer trabajos de hombres, entonces era cosa de Saukendar y de nadie más.Que la furia de ella se quemara en el trabajo pasado; que se encariñara con el lugar y con él.Entonces, ladominarían los impulsos naturales de la mujer, abandonaría sus ideas de venganza y se dejaría ir en los ciclos delas estaciones y la cosecha y la caza.Mierda, era fácil acostumbrarse a ella.Podía servir para algo en la montaña, tenía una inteligencia y un valor que él no hubiera esperado de una mujerfuera de la corte.Era.era el primer ser humano que había conmovido su interior en muchos años, y no pensaba dejarla marchar porun camino en el que había sobrevivido tanto por suerte como por inteligencia.esta vez armada con unaconfianza en sí misma que podía ser fatal para ella.Los tontos siempre lo habían alterado.A los tontos jóveneslos podía perdonar, y hasta podía incluso admirar a los tontos jóvenes y justos, recordando su propia juventud ysus viejas ideas de justicia.Pero el mundo en general no les tenía piedad; los dioses, si es que existían, no hacían excepciones por eso; y lostontos jóvenes nunca querían entenderlo.Volvieron hacia el atardecer con un conejo que había caído en una trampa: el verano no era época para cazarpresas más grandes, eran meses en que la carne se arruinaba rápidamente.Los ciervos se habían cruzado en su camino, pero los dejaron ir; ya había pasado la época de las bayas, perohabía verduras, y volvieron contentos con la cena que tenían por delante. Tú prepara el conejo dijo Shoka, dejando el arco.Yo me ocuparé de Jiro esta noche.Y lo hizo, y se tomó más tiempo que el que solía tomarse en los días en que cazaba.pero la cena se estabapreparando sin su intervención y se sentía muy contento con la vida.Subió la colina aspirando el olor de lacomida, se sentó en la galería en el crepúsculo, como se estaba acostumbrando a hacer, y tomó té y un sabrosobol de arroz con verduras y conejo.Y tuvo el regalo de la compañía no desagradable de la muchacha, que le hablaba de los bosques y le preguntabaqué tipo de hongos crecían allí, y los comparaba con los hongos de la provincia de Hua.O nombraba plantas y lepreguntaba si crecían en la montaña, y él confesaba que no sabía todas las respuestas.25 No era parte de mis estudios dijo él , en Cheng'di o en Yiungei.Conozco los nombres comunes, y loshongos, y los que hay que evitar.Ella hizo un sonido con la boca llena. Lo sé.Puedo hacer eso por vos también.Quería decir que no tenía que mandarla con las monjas o a la aldea.Así que todavía quería quedarse, a pesar deltrabajo que él había puesto sobre sus hombros. Muy bueno dijo él golpeando el tazón con los dedos.Muy bueno.Eres una excelente cocinera.La cara de ella se oscureció, como si él le hubiera hecho recordar a alguien o a algo; y él pensódesesperadamente, tratando de encontrar algo que la hiciera olvidar.¿Preguntarle qué? Por su familia?Dioses, no.¿Por sus planes de matrimonio?No. Lo hiciste muy bien, hoy.Ella asintió.Mierda.Una maniobra que fracasaba. Ya habías cazado antes.Otra vez, el gesto con la cabeza. Dioses, muchacha.Habla de una vez.Ella lo miró, sin entender, perturbada. ¿Qué cazabas en Hua? le preguntó él. Conejos.Buscaba hongos. Cosas esquivas y traicioneras.¿Quién te enseñó? Mis hermanos. La mandíbula de la muchacha se tensó.Murieron.Mierda.No había forma de hablar con ella sin tocar una zona oscura.O tal vez no había nada excepto eso dentrode ella, alrededor de ella.El sintió que la noche se hacía un poco más fría. Por ahora dijo él, entre un bocado y otro no encuentro razones para llevarte con las monjas, y desde luegono pienso hacerlo. Me dijisteis que ibais a enseñarme a hacer un arco. No recuerdo haber dicho eso.Ella lo miró; masticaba despacio. En primer lugar, no debes cortarlo así.Si había algo de fibra larga en esa madera, la arruinaste.¿Qué usaste,un hacha?Ella asintió. ¿Dónde está? La perdí. ¿Dónde? Se la arrojé a un hombre. ¿A quién? En el camino. No pregunté dónde, pregunté a quién. Un hombre que me atacó en los bosques.Así, palabra por palabra. Un hombre puede cansarse de hablar contigo sin que le digas nada.¿No sabes contar una historia, por losdioses? ¿Queréis que os lo diga? Quiero que me entretengas [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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.No creía en eso a la luz del día, pero no lo bastante como para dejarla en posesión de la cabaña durante horas.Por eso le parecía prudente ver qué sabía sobre el acecho y la caza de presas y qué otro tipo de trampas se lepodían ocurrir.Ella quiso coger su arco cuando él tomó el suyo de junto a la puerta. No dijo él.No, a menos que necesites un bastón.Ella lo miró, ofendida.Pero dejó el tosco arco y lo siguió a los bosques.Shoka había apilado arbustos aquí y allá por la montaña, y eso bastaba para atrapar un par de conejos de vez encuando, simplemente cuestión de caminar en silencio y no tocar el refugio mientras se ponían trampas enalgunos sitios.24Taizu se movía bien junto a él y cuidaba dónde ponía los pies.Hacía muy poco ruido entre las plantas y evitabalas ramas que podían rozarle un brazo o una pierna.No eran habilidades propias de una muchacha de granja, pensó él.No era la forma de moverse de una muchachade granja.Recordó la trampa que le había puesto, una trampa muy hábil, muy bien colocada.Esa era otra cosa que una muchacha de granja no habría sabido hacer.«Como las que ponemos para lossoldados», había dicho ella.Shoka se detuvo finalmente para dejar que los bosques se calmaran, subió por una pendiente de roca y se sentó, yen ese momento de tiempo libre, pensó en enseñarle algunos signos; como su padre había hecho con él, parahablar con los dedos y no asustar a las presas.Ella los repitió, rápidamente, con claridad, signos que designaban acciones y direcciones y animales que iban yvenían por la colina.Después él le enseñó uno para los hombres. Hay bandidos en Hoishi murmuró.Y de vez en cuando viene un muchacho de la aldea con mis alimentos.Ya viste la aldea.Los bandidos.son diferentes.Supongo que te darás cuenta.Vio una expresión especial en ella mientras asentía.algo furioso y duro y paciente. Si ves a alguien que no parezca un aldeano, no lo lleves a la cabaña; no dejes que te atrapen; y me avisasapenas puedas.¿Entiendes?Otra vez esa mirada de intensa concentración. Repite los signos dijo él.Era lo que había hecho su padre: obligarlo a recordar una vez que ya había dejadode esperar esa orden.Ella se los devolvió y los dijo en voz alta, uno por uno, sin error.Rápida.Muy rápida para entender las cosas.Era una vergüenza que los dioses hubieran dado a una muchacha un talento que la convertía en una discípulaexcepcional para las armas.Pero ese talento no tenía utilidad alguna para una monja, o para la sirvienta de un granjero.Saber cómo cazar.Y se imaginó la burla de la gente de la corte de Cheng'di si lo hubieran visto ahí agachado, conversandoseriamente con una porqueriza, o enseñando a una mujer los signos de los cazadores; y se imaginó que la bromase convertiría en algo mucho más seno si se decidía a enseñarle habilidades más marciales que ésas o la llevabacomo compañera en una cacería.Pero si la mantenía satisfecha, si en el proceso de cumplir con su promesa, le enseñaba a protegerse para no tenerque preocuparse tanto de verla convertida en rehén o en guía involuntaria de un ataque de bandidos contra lacabaña.Bueno, por los dioses del cielo y de la tierra, ahora no tenía que luchar contra las habladurías de la corte; ya novivía en Chiyaden, y si Saukendar tomaba una muchacha para calentar su cama, y si le divertía enseñarle a cazarcon él y a hacer trabajos de hombres, entonces era cosa de Saukendar y de nadie más.Que la furia de ella se quemara en el trabajo pasado; que se encariñara con el lugar y con él.Entonces, ladominarían los impulsos naturales de la mujer, abandonaría sus ideas de venganza y se dejaría ir en los ciclos delas estaciones y la cosecha y la caza.Mierda, era fácil acostumbrarse a ella.Podía servir para algo en la montaña, tenía una inteligencia y un valor que él no hubiera esperado de una mujerfuera de la corte.Era.era el primer ser humano que había conmovido su interior en muchos años, y no pensaba dejarla marchar porun camino en el que había sobrevivido tanto por suerte como por inteligencia.esta vez armada con unaconfianza en sí misma que podía ser fatal para ella.Los tontos siempre lo habían alterado.A los tontos jóveneslos podía perdonar, y hasta podía incluso admirar a los tontos jóvenes y justos, recordando su propia juventud ysus viejas ideas de justicia.Pero el mundo en general no les tenía piedad; los dioses, si es que existían, no hacían excepciones por eso; y lostontos jóvenes nunca querían entenderlo.Volvieron hacia el atardecer con un conejo que había caído en una trampa: el verano no era época para cazarpresas más grandes, eran meses en que la carne se arruinaba rápidamente.Los ciervos se habían cruzado en su camino, pero los dejaron ir; ya había pasado la época de las bayas, perohabía verduras, y volvieron contentos con la cena que tenían por delante. Tú prepara el conejo dijo Shoka, dejando el arco.Yo me ocuparé de Jiro esta noche.Y lo hizo, y se tomó más tiempo que el que solía tomarse en los días en que cazaba.pero la cena se estabapreparando sin su intervención y se sentía muy contento con la vida.Subió la colina aspirando el olor de lacomida, se sentó en la galería en el crepúsculo, como se estaba acostumbrando a hacer, y tomó té y un sabrosobol de arroz con verduras y conejo.Y tuvo el regalo de la compañía no desagradable de la muchacha, que le hablaba de los bosques y le preguntabaqué tipo de hongos crecían allí, y los comparaba con los hongos de la provincia de Hua.O nombraba plantas y lepreguntaba si crecían en la montaña, y él confesaba que no sabía todas las respuestas.25 No era parte de mis estudios dijo él , en Cheng'di o en Yiungei.Conozco los nombres comunes, y loshongos, y los que hay que evitar.Ella hizo un sonido con la boca llena. Lo sé.Puedo hacer eso por vos también.Quería decir que no tenía que mandarla con las monjas o a la aldea.Así que todavía quería quedarse, a pesar deltrabajo que él había puesto sobre sus hombros. Muy bueno dijo él golpeando el tazón con los dedos.Muy bueno.Eres una excelente cocinera.La cara de ella se oscureció, como si él le hubiera hecho recordar a alguien o a algo; y él pensódesesperadamente, tratando de encontrar algo que la hiciera olvidar.¿Preguntarle qué? Por su familia?Dioses, no.¿Por sus planes de matrimonio?No. Lo hiciste muy bien, hoy.Ella asintió.Mierda.Una maniobra que fracasaba. Ya habías cazado antes.Otra vez, el gesto con la cabeza. Dioses, muchacha.Habla de una vez.Ella lo miró, sin entender, perturbada. ¿Qué cazabas en Hua? le preguntó él. Conejos.Buscaba hongos. Cosas esquivas y traicioneras.¿Quién te enseñó? Mis hermanos. La mandíbula de la muchacha se tensó.Murieron.Mierda.No había forma de hablar con ella sin tocar una zona oscura.O tal vez no había nada excepto eso dentrode ella, alrededor de ella.El sintió que la noche se hacía un poco más fría. Por ahora dijo él, entre un bocado y otro no encuentro razones para llevarte con las monjas, y desde luegono pienso hacerlo. Me dijisteis que ibais a enseñarme a hacer un arco. No recuerdo haber dicho eso.Ella lo miró; masticaba despacio. En primer lugar, no debes cortarlo así.Si había algo de fibra larga en esa madera, la arruinaste.¿Qué usaste,un hacha?Ella asintió. ¿Dónde está? La perdí. ¿Dónde? Se la arrojé a un hombre. ¿A quién? En el camino. No pregunté dónde, pregunté a quién. Un hombre que me atacó en los bosques.Así, palabra por palabra. Un hombre puede cansarse de hablar contigo sin que le digas nada.¿No sabes contar una historia, por losdioses? ¿Queréis que os lo diga? Quiero que me entretengas [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]